Κυριακή 18 Νοεμβρίου 2018

Sobre la mutación neoliberal de los afectos.

La era del cálculo


No cabe duda que todos los campos de la experiencia, vivimos una apoteosis del cálculo y de la lógica de la Economía: toda acción o conducta se debe dirigir al máximo beneficio posible y la disminución de los costes. Este fenómeno se observa también enn el campo de las relaciones interpersonales : las personas se comportan con la lógica de comerciante, que teme siempre dar más que lo que recibe. Si es verdad que no puede existir relación que no se base en la reciprocidad y la satisfacción mutua, también es correcto afirmar que tampoco la vida sería posible sin esta fuerza que bastantes veces empuja los sujetos a una especie de entrega a favor del cuidado del otro. Las relaciones humanas son la danza extraña entre la fuerza de la autoconservación individual y la de la comunión solidaria, que puede llegar a ver el bienestar (psíquico o físico) personal a través del bienestar del otro. Pensemos los cuidados de las madres y los padres a sus hijos, y en todas las historias del amor profundo. Cada momento en la vida aparece una tensión, que puede tener la forma de una oposición o de un equilibrio dinámico: Cuidado de sí vs cuidado del otro. La primera sin la segunda conduce al canibalismo social. La segunda sin la primera conduce a la autodestrucción masoquista. Es el equilibrio dinámico en las dos que mantiene la vida, o que hace que la vida valga la pena de ser vivida.



Pero, hoy en día, el narcisismo contemporáneo, el imperativo del crecimiento de un “yo”, exitoso y feliz tiene de devorarlo todo, y primero, el cuidado del otro. La relación entre dos personas parece más como encuentro entre dos pequeños empresarios que miden bien riesgos y ganancias bajo una cubertura de declaraciones de buena voluntad. Hasta tal punto que se podría decir que el sujeto de nuestra época no sólo es narcisista sino también paranoide. Considera, aunque la mayoría de las veces de manera inconsciente, que al otro es un rival que quiere usurpar lo que este sujeto tiene- sea bienes materiales, posición social, tiempo o afecto. El otro se ve como un interferencia al proyecto del pequeño reinado imaginario de cada uno. Siempre hay excusas perfectas para ver al otro como como un rival -sobre todo en la sociedad actual, que es una matriz de rivalidades de todo tipo. 

Hay dos fuerzas fundamentales que operan en las relaciones entre   semejantes: Identificación y Rivalidad. Amor y Odioi. Cuando dos personas se encuentran la cuestión que emerge es: “¿Qué quiere el otro de mí?” Abren entonces dos perspectivas, dos fuerzas que determinan mi actitud: la primera me empuja hacía él, porque veo que es como yo, “Insofar as I love myself, another self like myself is equally worth of love” escribe Bruce Finkii. A partir de nuestra semejanza podemos trazar el trayecto de una creación y de una historia común. Pero también hay una segunda posibilidad - la rivalidad - que me conduce a la cerradura, porque el otro está radicalmente separado de mí y nunca me podré sentir su placer o su dolor. La alteridad radical del otro me dice: ten cuidado con él. Vigila, porque te puede engañar, manipular, aprovechar de ti y hacerte daño.



La primacía actual de la rivalidad en las relaciones interpersonales, tiene resultados bastante extraños en el campo relacional y afectivo. Pasa los siguiente: Las reglas de la convivencia dictan que la rivalidad no debe desembocar en una guerra abierta ya que todo los humanos necesitamos los otros como socios, y muchas veces socios afectivos, como amigos , amantes, parejas. No sólo nadie puede vivir en una situación de antagonismo total sino que la búsqueda del contacto, el tacto y el afecto condiciona toda la vida. Así que la rivalidad se debe contener a favor de un acuerdo beneficioso. Los rivales pueden y deben pactar.



La vuelta de la lógica contractual

En este sentido, el mercado es una manera de pactar con el otro. No es sólo un campo en el que se mueve el dinero, sino también la manera de intercambiar afectos y tactos, y una manera de cuantificar los dados y recibidos. El miedo al déficit no está sólo en las oficinas de los presupuestos de los estados. Se ha establecido ya como un principio conductual, incluso antropológico: Todas las actividades se ven como un equilibrio de ingresos y gastos y los ingresos deben ser superiores a los gastos. Así que el sujeto contemporáneo ve con especial cautela la atención que dedica al otro. Y esta cautela se hace aún más evidente en cuestiones de enamoramiento. Slavok Zizek comenta que los modernos aspiran a encontrar el amor (be in love) sin nunca “caer” en él (fall in love), es decir, sin nunca perder el equilibrio de una individualidad autosuficiente. En la historia premoderna hombres y mujeres se juntaban a partir de los acuerdos de sus familias y los dictámenes de las tradiciones y las religiones. El amor romántico introdujo la idea, de una pasión que se opone a la convicciones sociales. Romeo y Julieta es el prototipo de esta pasión, como historia de dos jóvenes que se enamoran contra la voluntad de sus familias. Con el avance de la modernidad, en Occidente, la libre voluntad del individuo en cuestiones personales se hizo cada vez más indiscutible: si hay unión debe ser libre de imposiciones exteriores. Pero nuevas regulaciones aparecieron, esta vez no como imposiciones exteriores sino imperativos voluntarios. Si el estatus social o las propiedades en la era pre-moderna eran importantes porque importaban a la familia y si el amor romántico fue portavoz de un imaginario de rebelión subjetiva ante la imposición de la ley paternal -sin llegar nunca a derrotarla-, en la era post-romántica el cálculo ha cobrado peso no porque lo dice la familia sino el mismo sujeto: ahora los beneficios y los costes no los miran los padres, sino las personas directamente concernidas. El afecto y el deseo libre tienden a obedecer a una mentalidad de contable. En este perspectiva, el otro funciona como un instrumento en el trayecto del sujeto autosuficiente y solitario. Las diferentes aplicaciones digitales son una muestra evidente de esta instumentalización: el otro debe ajustarse a determinadas características (estatus socioeconómico, características físicas, intereses) para que haya coincidencia y que el encuentro pueda prosperar. La relación se ve como una inversión: no puede empezar a ciegas. La previsión del futuro es un valor por excelencia, y el “no me importa nada, sólo me importas tú” cobra la forma de una hoja de cálculo.



No es extraño que hoy en día una especie de ideología contractual domina los encuentrosiii: según esta lógica, cada persona debe relacionarse con el otro a través de acuerdos claros -ya que el mercado modela la experiencia. El acuerdo claro y mutuo se presenta como una manera de defender los derechos individuales en el marco de una relación amorosa y/o sexual. El tema es que no es fácil dejar las cosas claras cuando entra en el juego la atracción, el deseo. Demos un ejemplo de la dificultad de llegar a estos acuerdos claros: en los encuentros amorosos el deseo es asimétrico. Deseo a un hombre o a una mujer en mayor o menor medida que él/ella desea a mí. Uno de los dos teme más el rechazo que el otro. Así que uno de los dos llega a ser sujeto - de una o otra manera - al deseo del otro: acepta las exigencias del otro aunque el otro no acepte las suyas en el mismo grado. La relación es asimétrica, y la forma de esta asimetría es objeto de una constante negociación implícita entre las dos personas. No es predifinida y constante, aunque se puede cristelizar en unas pautas estandarizadas con el tiempo.



Se puede decir que lo que quiero, y lo que quiere el otro de tiene forma de un interrogante, de un movimiento indeciso y El encuentro se desarrolla de manera sutil en búsqueda de un encaje funcional. El encaje surge en la intersección entre dos deseos diferentes, intersección se construye como resultado de muchos pactos moleculares, sin plano predefinido. Para la lógica contractual, la falta de claridad, se ve como un peligro. ¡Por varias razones efectivamente lo es! Un encuentro es una construcción dinámica. Y cada construcción dinámica puede ser peligrosa porque presupone la existencia de una zona gris que puede conducir bien al acercamiento y encaje o bien al contrario -el encaje puede ser funcional o puede fracasar. El fracaso a veces toma la forma de imposición del deseo de uno sobre el otro, a no cabe duda - hay que repetirlo - que la lógica contractual es útil para proteger los individuos de posibles exigencias ilegitimas y de la imposición del mas fuerte. Es útil para evitar males mayores - especialmente situaciones de violencia. Sin embargo, esta utilidad conlleva también una problema: el contrato no solo limita las interacciones abusivas sino también condiciona las posibilidades de acercamiento, regulando el proceso que lo constituye y definiendo los sujetos implicados como personas cuyos intereses son antagónicos, y tienen la forma de un capital privado, que se debe mantener, invertir y aumentar. En este sentido lo que protege de la imposiciones ilegitimas, también puede bloquear las complicidades legítimas...



En otras palabras, la lógica de contrato impone una zona de seguridad entre los sujetos, necesaria desde el punto de vista de su libertad individual, no obstante esta zona funciona también como frontera, como zona de separación, que pretende anular los estados indefinidos. Los estados indefinidos, en los que no queda claro el deseo de cada uno, son partes constitutivas de la experiencia sexual y afectiva, porque los deseos individuales no preexisten antes de su co-articulación sino que se configuran en el proceso del encuentro. El deseo de uno se desarrolla en función del deseo del otro. Se puede decir que no hay un deseo que conduce a relación con el otro, es más bien la relación con el otro que activa o desactiva el deseo individual. Cada gesto, puede puede provocar incendios y también apagar fuegos... El encuentro es bajo construcción constante, así que lo que quiere y no quiere cada uno es objeto de una negociación verbal y no verbal continua, que tiene la forma de un flujo. Por eso, las pasiones surgen y también se degeneran muchas veces sin darse cuenta.



Efectivamente al final debe haber un deseo común, un deseo de crear una experiencia compartida. Sin embargo este deseo es siempre frágil, así que necesitamos re-afirmarlo en cada momento. En eso está la dificultad radical de los encuentros: el otro es huidizo e inconstante, en cualquier momento puede frustrar las expectativas, bien porque puede irse y abandonar el terreno de la experiencia común, bien porque, aunque se quede, lo que hace deja de gustar.  Y aquí esta el meollo de la cuestión: no hay contrato posible con el Otroiv –pocas cosas son mas inestables que la vivencia amorosa… Toda nuestra experiencia lo muestra: la indiferencia sucede encuentros apasionados. Las promesas de amor que se hicieron ayer, hoy no significan nada. El acuerdo explicito es importante como fórmula de protección ante actuaciones abusivas en un momento determinado, pero como directriz general es poco útil. No salva de la angustia de la pérdida, ya que los encuentros, cuando existen, lo hacen siempre bajo la sombra de la duda.


El intento de encontrar la “persona adecuada” siempre falla...

Toda la lógica de la economía y del neoliberalismo, que busca un mercado abierto, lleno de acuerdos contractuales y al mismo tiempo sin limites para el movimiento de personas y capitales, esta presente en la representación imperante del amor. Se comento antes el miedo al déficit: Hay que evitar las perdidas. -se buscan encuentros seguros, que puedan satisfacer pero no comporten riesgos. También hay que evitar los duelos. En la actual economía de los contactos, independientemente de si se busca el encuentro único o una acumulación de experiencias – no hay tiempo para perder en recuerdos y nostalgias. El duelo no es rentable, y por eso hay que suprimirlo lo máximo posible. Hay que agilizar los afectos y los deseos, evitar que se fijen a un objeto, hacer que circulen -como las mercancías. Primero quiero esta persona, pero quizás no tanto, quizás quiero también la otra. Si se mantiene una capacidad de amar, esta debe estar acompañada de una capacidad de des-amar rápido.



Efectivamente siempre en el mercado de los goces y de los afectos, como en el de los bienes, hay el sueño de un objeto que ofrezca satisfacción plena y la salida de eterno desplazamiento. El sueño de reposar satisfecho en algún lugar y en algún momento, y dar la búsqueda por finalizada es parte de la lógica del mercado y es lo que lo pone en movimiento. Es también parte de toda exploración vital- la vida es la búsqueda de la plenitud imposible -y por eso el mercado capitalista tiene tanto éxito, porque se acopla a la insatisfacción que es constitutiva del ser humano y la desplaza de un objeto del deseo al otro -en una navegación hacía alguna Arcadia feliz. Pero al mismo vez, el mercado -de los bienes y también el mercado de las relaciones - reprime la conciencia de que es imposible llegar a esta plenitud. Que es imposible vivir sin angustia y sin la sensación de la falta y que es necesario aceptar cierto grado de insatisfacción para salir del circuito de los constante transito de encuentros y personas. El mercado vende sueños falsos empujando al sujeto a una huida desde una producto al otro, desde una imagen a la otra. Y el amor contemporáneo sigue la misma dinámica: La insatisfacción se demoniza, conduciendo al traslado de una persona a otra. Cuando el goce rápido e idealizado habita la mentalidades, no hay reposo.



La inflación de la cantidad de estímulos -de posibles encuentros-, hace que todos parezcan intecambiables, hundiendo la persona en una situación de indecisión permanente, de duda obsesiva, en la que le parezca cada vez más imposible encontrar el Otro idealizado. Ante un mar de posibilidades, el deseo se vuelve fugaz. Y a medida que el deseo se hace fugaz, más difícil se hacer centrarse en un objeto y más desesperada se hace la búsqueda de la persona “correcta”.. Quizás eso explique que la gente que busca una pareja para “una relación estable”, descubre que le es imposible encontrar la persona adecuada con la que el movimiento de la búsqueda se podría cesar. Acostumbrados y acostumbradas de moverse siempre dudan demasiado de pararse, -pensando que “no, no ha llegado el momento”. Pero el momento no sólo ha llegado, sino también ha pasado, quizás cien veces. El mercado inmersa el amor en el perfeccionismo obsesivo. Así el movimiento desesperado en el mercado relacional sigue. Al final si se decide parar - con o sin cumplir el “objetivo” - eso se hace por el desgaste provocado por el paso del tiempo, y muchas veces con el sabor amargo de la decepción.


El acontecimiento-accidente

Afortunadamente hay accidentes: no todo afecto está atrapado por el mercado. Hay encuentros que rompen con la lógica de los cálculos. Hay momentos en los que, aunque se vea la imperfección inevitable del encuentro, el trayecto común sigue adelante. En cada situación particular siempre hay perfectas razones para dar por finalizado un encuentro y retomar la búsqueda del partenair. Siempre puede resurgir la idea que en otro lugar estaré mejor. El superyo contemporaneo dicta que “puedes y tienes que gozar más, hasta llegar a un goce perfecto”. Pero hay algo que rompe con este imperativo y permite despegarse de su dominio. Este “algo” es aquel afecto mutuo que va mas allá del imaginario de la pasión idealizada. Aquel afecto que abraza la particularidad del otro permitiendo una unión, que por ser radicalmente imperfecta -como toda creación humana-, se desvía decisivamente del Canon. Se puede entonces pensar que el amor que dure y que alivia es el que se opone a los ideales. Se puede pensar el esquema: pasión idealizada vs. afecto real. Por una parte, hay el  Canon, que es la promesa de un Otro idealizado e inexistente, que nos inmersa a una búsqueda sin sentido en el comercio de los goces y las relaciones. Es la perfección que promete el mundo de la economía neoliberal, que nunca se alcanza, y hace que cada persona desprecie lo que le caracteriza y que es su imperfección particular. Por otra parte,  es el el amor, que es la unión de dos imperfecciones particulares que confía en sí misma. Es la ruptura con el cálculo. Es la solidaridad entre dos fragilidades, que abre caminos para el goce mutuo del cuerpo y del mundo a través de la aceptación de lo real de la vida que no puede cambiar.




i Es una idea que se repite en psicoanálisis. Mi referencia concreta en este caso es el libro de Bruce Fink, “The Lacanian Subject. Between Language and Juissance”, 1995
ii Ibid, p.85
iii Sobre la ideología contractual parto del texto de Collete Soler, “Lo que Lacan dijo de las mujeres”, 2004
iv Ibid. Collete Soler