Crisis
de la pandemia de Covid-19: En condiciones de falta de
recursos sanitarios, o, mejor dicho, de
colapso, se puede decidir asignar un respirador
o una cama de la UCI a una persona joven - luchar hasta el
final por su vida - y no a una persona mayor. En un escenario aun mas
dramático, gente de avanzada edad muere abandonada en algunas
residencias geriátricas. La segunda noticia se considera
escandalosa, pero no tanto la primera, que se ve con mas compresión
ya que “¿qué mas se podría hacer?” Lo que no se nota es que
una linea continua conecta la primera práctica (la priorización de
los jóvenes en el tratamiento) con la segunda (el abandono de los
mayores en la residencia) porque las dos parten del mismo principio.
La emergencia sanitaria evidencia que en la sociedad actual no todas
las vidas valen lo mismo.
¿No
se trata de una discriminación basada en la edad, constitutiva de
los valores y las conductas de nuestra época, y cultivada desde hace
décadas en los medios de comunicación, la publicidad, la selección
de personal en las empresas, o la producción de mercancías? La
juventud - y lo que la acompaña - se ha convertido en una especie de
medida de valor. En un vídeo un medico explicaba la lógica de
la medicina de la catástrofe: “en este caso no miramos la
utilidad individual del tratamiento para el paciente, sino su
utilidad social”. Desde hace bastantes años, la
enseñanza ideológica neoliberal nos dice lo
mismo: el mas competitivo sobrevive. Las oportunidades son para ser
aprovechadas por los mas emprendedores. En los trabajos, en las
relaciones sociales y ahora en la distribución de los respiradores y
las camas -todo precarizado por las doctrinas de esta enseñanza
– domina de manera explícita o implícita, la
ley del mas fuerte. Las crisis
económicas o sanitarias hacen que este sistema de
valorización muestre su carácter canibálico ,
que condena una parte de la población al miedo, la desesperación,
la soledad y, a veces, la muerte.
La
medicina de la catástrofe habla
de la “utilidad social” -y
no individual- a la hora de decidir si se asigna un
recurso sanitario o no a un paciente. Desde
luego , después de la crisis y los recortes, la catástrofe llega
con mucha mas facilidad. Pero es una
catástrofe no por el virus, el virus es sólo su catalizador. Y
se puede pensar, sin mucha probabilidad de
equivocarse, que en la práctica una noción tan abstracta como
“utilidad social” significará que
los pacientes sin recursos económicos o contactos
sociales estarán condenados. Porque, obviamente,
un médico no va a dejar fuera de la UCI un paciente que es pariente
de un cargo publico importante o de un empresario, incluso si este
paciente sufre un cáncer matastático avanzado o cualquier otra
patología seria – se supone que si
tienes poca probabilidad de sobrevivir o poca esperanza de vida,
la medicina de la catastrofe no te prioriza, pero eso
depende siempre de quién eres... Como
siempre la desigualdad social muestra
sus dientes: los mas pobres lo tienen peor.
Y se puede añadir que cuando
se habla del valor social del paciente, se plantea la hipótesis de que se
anteponen trayectorias vitales normativas.
Qué añade valor social según los criterios
establecidos? La Familia, el dinero, el éxito, la fama.
Las proporciones de estos elementos pueden variar pero seguro
que un ejercicio de la
diferencia y de la subjetividad que no
pasa por estos criterios resta y no suma ante los ojos del
evaluador. En las sociedades supuestamente libres,
se avala la libertad individual y cada uno puede elegir su forma de
vida , pero la situación que atravesamos muestra que esta libertad
puede ser una palabra vacía cuando viene el momento de su
valorización social. Al
final, lo que se afirma son las jerarquías
sociales y aun más sus formas mas conservadoras. Y la distribución desigual de la muerte, que siempre algo tiene que ver con ellas.
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