La
era del cálculo
No
cabe duda que todos los campos de la experiencia, vivimos una
apoteosis del cálculo y de la lógica de la Economía: toda acción
o conducta se debe dirigir al máximo beneficio posible y la
disminución de los costes. Este fenómeno se observa también enn el
campo de las relaciones interpersonales : las personas se comportan
con la lógica de comerciante, que teme siempre dar más que lo que
recibe. Si es verdad que no puede existir relación que no se base en
la reciprocidad y la satisfacción mutua, también es correcto
afirmar que tampoco la vida sería posible sin esta fuerza que
bastantes veces empuja los sujetos a una especie de entrega a favor
del cuidado del otro. Las relaciones humanas son la danza extraña
entre la fuerza de la autoconservación individual y la de la
comunión solidaria, que puede llegar a ver el bienestar (psíquico o
físico) personal a través del bienestar del otro. Pensemos los
cuidados de las madres y los padres a sus hijos, y en todas las
historias del amor profundo. Cada momento en la vida aparece una
tensión, que puede tener la forma de una oposición o de un
equilibrio dinámico: Cuidado de sí vs cuidado del otro. La primera
sin la segunda conduce al canibalismo social. La segunda sin la
primera conduce a la autodestrucción masoquista. Es el equilibrio
dinámico en las dos que mantiene la vida, o que hace que la vida
valga la pena de ser vivida.
Pero,
hoy en día, el narcisismo contemporáneo, el imperativo del
crecimiento de un “yo”, exitoso y feliz tiene de devorarlo todo,
y primero, el cuidado del otro. La relación entre dos personas
parece más como encuentro entre dos pequeños empresarios que miden
bien riesgos y ganancias bajo una
cubertura de declaraciones de buena voluntad. Hasta tal punto que se
podría decir que el sujeto de nuestra época no sólo es narcisista
sino también paranoide. Considera, aunque la mayoría de las veces
de manera inconsciente, que al otro es un rival que quiere usurpar
lo que este sujeto tiene- sea bienes materiales, posición social,
tiempo o afecto. El otro se ve como un interferencia al proyecto del
pequeño reinado imaginario de cada uno. Siempre hay excusas
perfectas para ver al otro como como un rival -sobre todo en la
sociedad actual,
que
es una matriz de rivalidades de todo tipo.
Hay dos fuerzas fundamentales que operan en las relaciones entre semejantes: Identificación y Rivalidad. Amor y Odioi. Cuando dos personas se encuentran la cuestión que emerge es: “¿Qué quiere el otro de mí?” Abren entonces dos perspectivas, dos fuerzas que determinan mi actitud: la primera me empuja hacía él, porque veo que es como yo, “Insofar as I love myself, another self like myself is equally worth of love” escribe Bruce Finkii. A partir de nuestra semejanza podemos trazar el trayecto de una creación y de una historia común. Pero también hay una segunda posibilidad - la rivalidad - que me conduce a la cerradura, porque el otro está radicalmente separado de mí y nunca me podré sentir su placer o su dolor. La alteridad radical del otro me dice: ten cuidado con él. Vigila, porque te puede engañar, manipular, aprovechar de ti y hacerte daño.
Hay dos fuerzas fundamentales que operan en las relaciones entre semejantes: Identificación y Rivalidad. Amor y Odioi. Cuando dos personas se encuentran la cuestión que emerge es: “¿Qué quiere el otro de mí?” Abren entonces dos perspectivas, dos fuerzas que determinan mi actitud: la primera me empuja hacía él, porque veo que es como yo, “Insofar as I love myself, another self like myself is equally worth of love” escribe Bruce Finkii. A partir de nuestra semejanza podemos trazar el trayecto de una creación y de una historia común. Pero también hay una segunda posibilidad - la rivalidad - que me conduce a la cerradura, porque el otro está radicalmente separado de mí y nunca me podré sentir su placer o su dolor. La alteridad radical del otro me dice: ten cuidado con él. Vigila, porque te puede engañar, manipular, aprovechar de ti y hacerte daño.
La
primacía actual de la rivalidad en las relaciones interpersonales,
tiene resultados bastante extraños en el campo relacional y
afectivo. Pasa los siguiente: Las reglas de la convivencia dictan que
la rivalidad no debe desembocar en una guerra abierta ya que todo
los humanos necesitamos los otros como socios, y muchas veces socios
afectivos, como amigos , amantes, parejas. No sólo nadie puede vivir
en una situación de antagonismo total sino que la búsqueda del
contacto, el tacto y el afecto condiciona toda la vida. Así que la
rivalidad se debe contener a favor de un acuerdo beneficioso. Los
rivales pueden y deben pactar.
La
vuelta de la lógica contractual
En
este sentido, el mercado es una manera de pactar con el otro. No es
sólo un campo en el que se mueve el dinero, sino también la manera
de intercambiar afectos y tactos, y una manera de cuantificar
los dados y recibidos. El miedo
al déficit no está
sólo en las oficinas de los presupuestos de los estados. Se ha
establecido ya como un principio conductual, incluso antropológico:
Todas las actividades se ven como un equilibrio de ingresos y gastos
y los ingresos deben ser superiores a los gastos. Así que el sujeto
contemporáneo ve con especial cautela la atención que dedica al
otro. Y esta cautela se hace aún más evidente en cuestiones de
enamoramiento. Slavok Zizek comenta que los modernos aspiran a
encontrar el amor (be in love) sin nunca “caer” en él (fall in
love), es decir, sin nunca perder el equilibrio de una
individualidad autosuficiente. En la historia premoderna hombres y
mujeres se juntaban a partir de los acuerdos de sus familias y los
dictámenes de las tradiciones y las religiones. El amor romántico
introdujo la idea, de una pasión que se opone a la convicciones
sociales. Romeo y Julieta es el prototipo de esta pasión, como
historia de dos jóvenes que se enamoran contra la voluntad de sus
familias. Con el avance de la modernidad, en Occidente, la libre
voluntad del individuo en cuestiones personales se hizo cada vez más
indiscutible: si hay unión debe ser libre de imposiciones
exteriores. Pero nuevas regulaciones aparecieron, esta vez no como
imposiciones exteriores sino imperativos voluntarios. Si el estatus
social o las propiedades en la era pre-moderna eran importantes
porque importaban a la familia y si el amor romántico fue portavoz
de un imaginario de rebelión subjetiva ante la imposición de la ley
paternal -sin llegar nunca a derrotarla-, en la era post-romántica
el cálculo ha cobrado peso no porque lo dice la familia sino el
mismo sujeto: ahora los beneficios y los costes no los miran los
padres, sino las personas directamente concernidas. El afecto y el
deseo libre tienden a obedecer a una mentalidad de contable. En este
perspectiva, el otro funciona como un instrumento en el trayecto del
sujeto autosuficiente y solitario. Las diferentes aplicaciones
digitales son una muestra evidente de esta instumentalización: el
otro debe ajustarse a determinadas características (estatus
socioeconómico, características físicas, intereses) para que haya
coincidencia y que el encuentro pueda prosperar. La relación se ve
como una inversión: no puede empezar a ciegas. La previsión del
futuro es un valor por excelencia, y el “no me importa nada, sólo
me importas tú” cobra la forma de una hoja de cálculo.
No
es extraño que hoy en día una especie de ideología
contractual domina los encuentrosiii:
según esta lógica, cada persona debe relacionarse con el otro a
través de acuerdos claros -ya que el mercado modela la experiencia.
El acuerdo claro y mutuo se presenta como una manera de defender los
derechos individuales en el marco de una relación amorosa y/o
sexual. El tema es que no es fácil dejar las cosas claras cuando
entra en el juego la atracción, el deseo. Demos un ejemplo de la
dificultad de llegar a estos acuerdos claros: en los encuentros
amorosos el deseo es asimétrico. Deseo a un hombre o a una mujer en
mayor o menor medida que él/ella desea a mí. Uno de los dos teme
más el rechazo que el otro. Así que uno de los dos llega a ser
sujeto - de una o otra manera - al deseo del otro: acepta las
exigencias del otro aunque el otro no acepte las suyas en el mismo
grado. La relación es asimétrica, y la forma de esta asimetría es
objeto de una constante negociación implícita entre las dos
personas. No es predifinida y constante, aunque se puede cristelizar en unas pautas estandarizadas con el tiempo.
Se puede decir que lo que quiero, y lo que quiere el otro de tiene forma de un interrogante, de un movimiento indeciso y El encuentro se desarrolla de manera sutil en búsqueda de un encaje funcional. El encaje surge en la intersección entre dos deseos diferentes, intersección se construye como resultado de muchos pactos moleculares, sin plano predefinido. Para la lógica contractual, la falta de claridad, se ve como un peligro. ¡Por varias razones efectivamente lo es! Un encuentro es una construcción dinámica. Y cada construcción dinámica puede ser peligrosa porque presupone la existencia de una zona gris que puede conducir bien al acercamiento y encaje o bien al contrario -el encaje puede ser funcional o puede fracasar. El fracaso a veces toma la forma de imposición del deseo de uno sobre el otro, así no cabe duda - hay que repetirlo
En
otras palabras, la lógica de contrato impone una zona de seguridad
entre los sujetos, necesaria desde el punto de vista de su libertad
individual, no obstante esta zona funciona también como frontera,
como zona de separación, que pretende anular los estados
indefinidos. Los estados indefinidos, en los que no queda claro el
deseo de cada uno, son partes constitutivas de la experiencia sexual
y afectiva, porque los deseos individuales no preexisten antes de su
co-articulación sino que se configuran en el proceso del encuentro.
El deseo de uno se desarrolla en función del deseo del otro. Se
puede decir que no hay un deseo que conduce a relación con el otro,
es más bien la relación con el otro que activa o desactiva el deseo
individual. Cada gesto, puede puede provocar incendios y también
apagar fuegos... El encuentro es bajo construcción constante, así
que lo que quiere y no quiere cada uno es objeto de una negociación
verbal y no verbal continua, que tiene la forma de un flujo. Por eso,
las pasiones surgen y también se degeneran muchas veces sin darse
cuenta.
Efectivamente
al final debe haber un deseo común, un deseo de crear una
experiencia compartida. Sin embargo este deseo es siempre frágil,
así que necesitamos re-afirmarlo en cada momento. En eso está la
dificultad radical de los encuentros: el otro es huidizo e
inconstante, en cualquier momento puede frustrar las expectativas,
bien porque puede irse y abandonar el terreno de la experiencia
común, bien porque, aunque se quede, lo que hace deja de gustar. Y aquí esta el meollo de la cuestión: no
hay contrato posible con el Otroiv
–pocas cosas son mas inestables que la vivencia amorosa…
Toda nuestra experiencia lo muestra: la indiferencia sucede
encuentros apasionados. Las promesas de amor que se hicieron ayer,
hoy no significan nada. El acuerdo explicito es importante como
fórmula de protección ante actuaciones abusivas en un momento
determinado, pero como directriz general es poco útil. No salva de
la angustia de la pérdida, ya que los encuentros, cuando existen,
lo hacen siempre bajo la sombra de la duda.
Toda
la lógica de la economía y del neoliberalismo, que busca un mercado
abierto, lleno de acuerdos contractuales y al mismo tiempo sin
limites para el movimiento de personas y capitales, esta presente en
la representación imperante del amor. Se comento antes el miedo al
déficit: Hay que evitar las perdidas. -se buscan encuentros
seguros, que puedan satisfacer pero no comporten riesgos. También
hay que evitar los duelos. En la actual economía de los contactos,
independientemente de si se busca el encuentro único o una
acumulación de experiencias – no hay tiempo para perder en
recuerdos y nostalgias. El duelo no es rentable, y por eso hay que
suprimirlo lo máximo posible. Hay que agilizar los afectos y los
deseos, evitar que se fijen a un objeto, hacer que circulen -como las
mercancías. Primero quiero esta persona, pero quizás no tanto,
quizás quiero también la otra. Si se mantiene una capacidad de
amar, esta debe estar acompañada de una capacidad de des-amar
rápido.
Efectivamente
siempre en el mercado de los goces y de los afectos, como en el de
los bienes, hay el sueño de un objeto que ofrezca satisfacción
plena y la salida de eterno desplazamiento. El sueño de reposar
satisfecho en algún lugar y en algún momento, y dar la búsqueda
por finalizada es parte de la lógica del mercado y es lo que lo pone
en movimiento. Es también parte de toda exploración vital- la vida
es la búsqueda de la plenitud imposible -y por eso el mercado
capitalista tiene tanto éxito, porque se acopla a la insatisfacción
que es constitutiva del ser humano y la desplaza de un objeto del
deseo al otro -en una navegación hacía alguna Arcadia feliz. Pero
al mismo vez, el mercado -de los bienes y también el mercado de las
relaciones - reprime la conciencia de que es imposible llegar a esta
plenitud. Que es imposible vivir sin angustia y sin la sensación de
la falta y que es necesario aceptar cierto grado de insatisfacción
para salir del circuito de los constante transito de encuentros y
personas. El mercado vende sueños falsos empujando al sujeto a una
huida desde una producto al otro, desde una imagen a la otra. Y el
amor contemporáneo sigue la misma dinámica: La insatisfacción se
demoniza, conduciendo al traslado de una persona a otra. Cuando el
goce rápido e idealizado habita la mentalidades, no hay reposo.
La
inflación de la cantidad de estímulos -de posibles encuentros-,
hace que todos parezcan intecambiables, hundiendo la persona en una
situación de indecisión permanente, de duda obsesiva, en la que le
parezca cada vez más imposible encontrar el Otro idealizado.
Ante un mar de posibilidades, el deseo se vuelve fugaz.
Y a medida que el deseo se hace fugaz, más difícil se hacer
centrarse en un objeto y más desesperada se hace la búsqueda de la
persona “correcta”.. Quizás eso explique que la gente que busca
una pareja para “una relación estable”, descubre que le es
imposible encontrar la persona adecuada con la que el movimiento de
la búsqueda se podría cesar. Acostumbrados y acostumbradas de
moverse siempre dudan demasiado de pararse, -pensando que “no, no
ha llegado el momento”. Pero el momento no sólo ha llegado, sino
también ha pasado, quizás cien veces. El mercado inmersa el amor en
el perfeccionismo obsesivo. Así el movimiento desesperado en el
mercado relacional sigue. Al final si se decide parar - con o sin
cumplir el “objetivo” - eso se hace por el desgaste provocado por
el paso del tiempo, y muchas veces con el sabor amargo de la
decepción.
Afortunadamente
hay accidentes: no todo afecto está atrapado por el
mercado. Hay encuentros que rompen con la lógica de los cálculos.
Hay momentos en los que, aunque se vea la imperfección inevitable
del encuentro, el trayecto común sigue adelante. En cada situación
particular siempre hay perfectas razones para dar por finalizado un
encuentro y retomar la búsqueda del partenair.
Siempre puede resurgir la idea que en otro
lugar estaré mejor. El
superyo contemporaneo dicta que “puedes y tienes que gozar más,
hasta llegar a un goce perfecto”. Pero hay algo que rompe con este
imperativo y permite despegarse de su dominio. Este “algo” es
aquel afecto mutuo
que va mas allá del imaginario de la pasión idealizada. Aquel
afecto que abraza la particularidad del otro permitiendo una unión,
que por ser radicalmente imperfecta -como toda creación humana-, se
desvía decisivamente del Canon. Se puede entonces pensar que el amor
que dure y que alivia es
el que se opone a los
ideales. Se puede pensar
el esquema: pasión
idealizada vs. afecto
real. Por una parte, hay el Canon, que es la promesa de un Otro idealizado e
inexistente, que nos inmersa a una búsqueda sin sentido en el
comercio de los goces y las relaciones. Es la perfección que promete
el mundo de la economía neoliberal, que nunca se alcanza, y hace que
cada persona desprecie lo que le caracteriza y que es su
imperfección particular. Por
otra parte, es el el
amor, que es la unión de dos imperfecciones particulares que confía en
sí misma. Es la ruptura con el cálculo. Es
la solidaridad entre dos fragilidades, que
abre caminos para el goce mutuo del cuerpo y del mundo a través de la aceptación de lo
real de la vida que no puede cambiar.
i Es
una idea que se repite en psicoanálisis. Mi referencia concreta en
este caso es el libro de Bruce Fink, “The Lacanian Subject.
Between Language and Juissance”, 1995
ii Ibid,
p.85
iii
Sobre la ideología contractual parto del texto de Collete Soler,
“Lo que Lacan dijo de las mujeres”, 2004
iv Ibid.
Collete Soler
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